La risa no era extranjera en su rostro sino que peregrinaba junto a ellos. Y es que los seres humanos tenemos la posibilidad de decidir cómo reaccionar ante determinada situación. No es que no nos afecte la realidad o que con una risa todo pasará como por arte de magia. No. Simplemente es asumir que en la vida todo lo que ocurre es pasajero: lo malo, lo bueno; la tristeza, la alegría; la tragedia, la comedia. Todo, absolutamente todo es parte de la misma historia. No es ni bueno ni malo, es.

En ese sentido, ante circunstancias poco gratas como las que cada día experimentamos, y que ponen a prueba el temple de cada quien, debemos procurar mantener una actitud de alegría; no la alegría del desquiciado que está fuera de sí, más bien la de una persona que se sabe con las condiciones y herramientas, además del apoyo de Dios, para enfrentar las situaciones adversas que se le presenten. En ese orden, reír constituye un bálsamo ante la adversidad. Debemos evitar quedarnos clavados en el dolor. Hay que vivirlo, pero no puede ser parte de la vida. Debemos darnos el permiso para sonreír cada día. Buscar excusas para delirar de alegría. Agradecer en el momento presente lo que tenemos, es una excelente herramienta para saber y valorar nuestra situación real.

En esa línea, la vida de Jesucristo me agrada porque, aun sabiendo todo lo que se le avecinaba en cuanto a sufrimiento, no dejó de servir, ayudar, denunciar, y al mismo tiempo disfrutar de sus seres queridos, familia, amigos, allegados. Incluso, se permitió dudar, y sufrir ante la inminente y dolorosa muerte. En fin, se paseó por todas las emocionalidades sin perder de vista cuál era el propósito de su vida. No perdamos el foco, y cuando lo hagamos, intentemos nuevamente recuperarlo, porque Dios nos ha regalado la oportunidad de vivir; y si estamos vivos, es porque seguimos en la jugada.

Lic. Humberto Luque M. CNP 10.348

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