Es por eso que vemos como el gobierno, también fracasado, cambia el discurso, terciando hacia un supuesto moderno diálogo con la oposición. Como siempre, la oposición acomodada a su antojo; mientras permanece sumergido en el corredor abismal de la corrupción, la impunidad y la ineficacia. Y ahora reciente, en una guerra intestina que no termina de unificar a quienes están en vía de revisar sus pensamientos políticos.

Por su parte, el muchacho de La Guaira, con menos guáimaros que ayer, retoma el camino de la salvación de la Patria; apoyado en un discurso un poco díscolo, con una enorme carga de dudas en el manejo de los recursos del gobierno provisional; y, en cascarones vacíos que no garantizan sino entusiasmo electoral, pero, muy poca voluntad de cambio; lo cual pone muy lejos la posibilidad de la salvación del país.

Así percibimos a un país en desbandada, sin liderazgo, con los antivalores más remarcados en esta vida republicana; y con un repunte nunca visto a la animadversión a la política. Algo paradójico pero cierto; porque, mientras más profundo estamos en el abismo es cuando necesitamos de la Política para salir a flote. La gran falla está en confundir el trabajo de la Política con el trabajo electoral. No necesitamos activistas haciendo proselitismo para conseguir votos; votos para qué. Necesitamos hombres y mujeres duchos, honestos y creíbles para hacer de la política un apostolado, y crear las bases para el verdadero cambio. El que ha de venir.

Todo ello confluye en la reconstrucción de un corredor de valores y principios en las entrañas del país; donde la educación y la formación erradiquen costumbres y malos hábitos en el venezolano de a pie, en el trabajador, en el empresario, en los profesionales; y sobre todo en la menguada población juvenil, que cada vez se deteriora y se ausenta más y más.

Además, donde el temor a decir la verdad, a costa de perder la voluntad popular, desaparezca. Donde y cuando no sea difícil decirle al prójimo cuán equivocado está en su proceder y que debe cambiar de conducta; pero sobre todo, aceptar la realidad del entorno que nos rechaza, y abrirle paso a la nueva generación; en todos los órdenes, pero eso así, a través del trabajo honesto, denodado y productivo. De lo contrario, no hay salvación; o por lo menos, está lejana.

Rafael González

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