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Opinion
Miercoles, 10/5/2023 El término tóxico está ligado al comportamiento negativo que genera una persona a otra o grupo de personas. Puede que al principio de la relación aparenten ser positivos, pero luego descargan su malestar llegando a perjuicios fatales.
La existencia de esta especie humana no se encuentra solamente en las relaciones maritales o en el periodo del noviazgo; se remonta a tiempos milenarios.
El paraje bíblico de la traición a Jesús de Nazareth, por la cual fue sacrificado es una prueba de la presencia de un personaje tóxico; aunque su traición dio origen al nacimiento de la Fe cristiana, con la resurrección del redentor; y de allí el nacimiento de la iglesia católica.
Similar relación destructiva existió en la vida de Simón Bolívar, nuestro Libertador; quien, luego de haber libertado cinco naciones, sintió y sufrió el escarnio de quienes lo rodearon, salvo contadas excepciones.
Así mismo podemos mencionar la emoción desagradable del presidente Carlos Andrés Pérez, quien se refirió a “su muerte política” propiciada por quienes lo acompañaron por mucho tiempo.
El ejemplo más reciente de estar acompañado de personas tóxicas lo acaba de vivir Juan Guaidó, quien fue dejado solo por los mismos que gritaron a viva voz en 2017 "…juraméntate, juraméntate!", refiriéndose a la auto juramentación que debió tomar cumpliendo con un precepto constitucional para asumir el cargo de presidente interino de la república de Venezuela.
Y así, aguas abajo, en las entrañas de la provincia, encontramos este comportamiento negativo enconchado en las cuatro paredes de los partidos políticos. Generalmente se perciben como personas que hablan mucho, escuchan poco; pero, son los que menos trabajan; constantemente se quejan, son negativas; y se especializan en victimizarse y culpar al otro. Pero, especialmente, son mentirosos y traicioneros.
La lucha política, vista como una herramienta de transformación y cambio, se ve constantemente acechada por este flagelo. De allí los fracasos de proyectos políticos que han debido fraguar en éxitos colectivos e individuales. La canalla política tiene sus tentáculos y soporta sus acciones en la mediocridad, la usencia de inteligencia y el desconocimiento de la esencia de la política: debatir ideas.
De alli que la clase política no debe desmayar en la construcción de líderes con fortaleza ideológica, basada en principios y valores permanentes, que no sufran alteraciones en el camino; y que, por el contrario, se aferren al servicio del colectivo, bien sea desde las organizaciones políticas y gremiales para lo cual fueron formados.
Así mismo, es tiempo de revisar la perversa conducta de los apoyos automáticos, o tratar de invadir la posición de liderazgo por herencia.
No hay mayor plataforma para un proyecto político que la unidad monolítica, sostenida en la franqueza, la solidaridad y la lealtad hasta el final.
El mejor antídoto para las toxinas es la verdad.
Rafael González
rafagonrg@gmail.com
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