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Especial Semana Santa 2025

Lunes Santo: La Purificación del Templo y el Fruto de la Fe

Lunes, 14/4/2025 Al día siguiente de su entrada triunfal en Jerusalén con las palmas, donde Jesús fue alabado por muchísimas personas, regresó con sus discípulos a la ciudad. Durante el trayecto, maldijo una higuera que no había dado fruto. Algunos eruditos interpretan esta maldición como el juicio de Dios sobre los líderes religiosos de Israel, a quienes consideraban espiritualmente inertes. Otros sostienen que el simbolismo se extiende a todos los creyentes, demostrando que la fe genuina trasciende una simple religiosidad superficial: una fe viva debe manifestarse en frutos espirituales en la vida de cada persona.

En su llegada al templo, Jesús encontró los patios repletos de vendedores corruptos, quienes obtenían ganancias a expensas de la devoción de los fieles. Lleno de justa indignación, comenzó a volcar sus mesas y a limpiar el santuario, proclamando con firmeza: «Mi templo será casa de oración, pero ustedes lo han convertido en una cueva de ladrones».


Al referirse a la "cueva de ladrones", Jesús citó dos pasajes fundamentales del Antiguo Testamento. En Isaías 56,7, Dios declara: «Los llevaré a mi monte santo y los llenaré de alegría en mi casa de oración. Mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos». La voluntad divina era que su casa en Jerusalén fuera un lugar de encuentro para los adoradores de todas las naciones.


Por otro lado, la expresión "cueva de ladrones" proviene de Jeremías 7,11, donde se denuncia: «¿Acaso creen que esta casa, que lleva mi nombre, se ha convertido para ustedes en una guarida de bandidos?». El profeta Jeremías reprendía severamente a los líderes del templo por sus abusos, pues predicaban una doctrina, pero despojaban a los necesitados y se apropiaban violentamente de lo ajeno.


Jesús tomó ambos versículos y los aplicó con precisión a su época. Mientras que Isaías hablaba de la pureza y la promesa del templo como un espacio dedicado a la oración, Jeremías advertía sobre la perversión de su propósito por la codicia. En los patios del templo, los comerciantes explotaban económicamente al pueblo mediante tipos de cambio desmesurados, obligándolos a adquirir animales aprobados por el templo para el sacrificio, bajo el pretexto de que sus propias ofrendas no eran dignas.


Ante esta corrupción flagrante, Jesús actuó con una indignación justificada, utilizando las palabras de Isaías y Jeremías para legitimar sus acciones. Aquel lugar que debía ser un santuario para los justos se había transformado en un refugio para los malvados, un espacio dominado por la avaricia, la extorsión y el engaño. Pero el Hijo de Dios no toleró tal profanación.


El diseño divino para el templo era inequívoco: debía ser una casa de oración, un espacio sagrado para la comunión con Dios y la adoración. En este Lunes Santo, Jesús reafirmó esa verdad esencial, limpiando el templo y restaurando su propósito original.


@adogel


Adolfo Gelder

adogel@gmail.com

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