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Rosa y sus Cosas

La naturaleza no juega carritos

Lunes, 1/8/2022 “Era muy pequeña, pero cierro los ojos y aún puedo escuchar los gritos y reproducir las imágenes de todo lo que sucedía en ese momento, mientras corría tomada de la mano de mi hermana mayor. Fue terrible, no quiero volver a vivir nunca más un momento así”.


Muy pocas cosas recuerdo por la edad con la que contaba en ese momento, pero si tengo en mi mente la celebración de los cuatrocientos años de la fundación de la sucursal del cielo, “Santiago de León de Caracas”, quien apenas los acababa de cumplir, para el momento de la tragedia.

El 29 de julio de 1967, mamá junto con mi hermana y el que sería su futuro esposo, habían ido de compras, en dos meses se celebraría la boda eclesiástica de mi hermana y aún faltaban cosas por comprar, así que se tomaron casi todo el día en ello. Recuerdo que hacía un calor fuera de lo normal y el cielo estaba como rojo, mi hermana regresó con fuerte dolor de cabeza. Así que tomó un baño y se acostó. Mientras, mamá, decidió preparar un asado para la cena, que al final lo puso en el horno para que se cocinará más rápido porque era muy tarde.

Escuché algarabías, risas y cornetazos, me asomé a la ventana y era una caravana que tenía que ver con la celebración del cuatricentenario. Pude ver a unas chicas con trajes largos muy ajustados y brillantes, luego me enteré de que se celebraba un matrimonio en la residencia donde vivía.


Me quité de la ventana y junto a mis hermanas comencé a ver a Superman en comics, eso lo pasaban como a la 7.30 pm los sábados, mamá nos dijo que ya regresaba porque iba a entregar un dinero y le dijo a la chica que nos cuidaba, estuviera pendiente del asado.

Para ese momento solo faltaban en casa, mamá y uno de mis hermanos. Seguí viendo la tele, volteé repentinamente y vi que mi hermana Flor, se había quedado dormida en una de las poltronas, pero al volver mi mirada hacia la pantalla, vi que venía hacia mi (la tele era un moderno cajón de madera con cuatro patas), a la vez escuché un ruido extraño y el tintinear de la cristalería dentro del ceibó.


Mi hermano mayor tomó a mi hermana dormida cargada y salió corriendo, mi hermana mayor agarró mi mano y prácticamente me arrastró, mi otra hermana pequeña se agarró de ella y corrimos escalera abajo, pude ver cuando cayó un pedazo de techo cuando ya casi llegabamos a planta baja y nos soltamos, nos volvimos a agarrar y seguimos corriendo. Cuando salimos del edificio, mamá estaba abajo con una crisis y sin voz. Luego nos contó que del susto quería gritar “mis hijos” y la voz no le salía.


Los vecinos y nosotros corrimos hacia el estacionamiento del edificio que era al aire libre, allí pude ver a las chicas de los trajes brillantes, que ya hacían rotos por los lados y con los tacones en la mano, imagino que se abrieron en la carrera, también vecinos en ropa interior y a medio bañar. Luego comenzó a llover, era una lluvia suave y pertinaz que duró toda la noche.

Nos refugiamos dentro del carro de mi cuñado, pero el sonido de las ambulancias y los gritos eran terribles. De mi memoria aún no logro borrar la imagen de una señora con un trozo de vidrio en su espalda.


Alguien prendió un televisor o un radio, porque a lo lejos podía escuchar la voz nerviosa de los locutores al dar las informaciones. Con cada réplica, el terror se apoderaba nuevamente de las personas y es que realmente la naturaleza cuando se enfurece, no juega carritos. El caos cubrió la capital, sobre todo en la parte de Los Palos Grandes, donde se cayó un edificio completo y se hablaba de que era muy difícil hubieran sobrevivientes, también se comentaba que la cruz de la Catedral se había desprendido de su sitio y que al tocar el piso dejó de temblar.


Dos días duré junto a mis hermanos, durmiendo dentro del carro de mi cuñado porque a mamá le daba miedo volver al departamento y con ella otros vecinos más.


Hoy, 55 años después, me pregunto: ¿Qué tanto estamos los venezolanos preparados para enfrentarnos con un terremoto de esa magnitud? Si para ese entonces éramos menos habitantes, en mejores condiciones y muchas familias se vieron afectadas.


Solo me queda pedir a Dios por todos nosotros, mi bella Venezuela y el mundo. Que nos cuide y proteja, porque les aseguro que la cultura para enfrentar un terremoto no la tenemos y se lo digo yo, que las veces que he visitado Chile, los temblores me han hecho llorar y las personas me han mirado con extrañeza, porque si hay algo cierto, es que los chilenos definitivamente saben de terremotos.



P.D. Se quemó el asado y así nos los tuvimos que comer.


Rosalinda González

rosalinda2507@gmail.com

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