Tal vez su familia, para que la obra y la posición de Lander ante el estamento político venezolano  no fuera invisibilizado, decidió que luego de su muerte permaneciera entre los vivos, sí, pero embalsamado y sentado en posición de escritura en su propio escritorio, convirtiéndose en el primer cuerpo embalsamado por este médico alemán y el primero registrado en la historia del país.

Este insólito pero además sorprendente caso permaneció a lo largo de cuatro décadas en la ciudad de Caracas y no fue sino durante el gobierno de Guzmán Blanco, tal vez por presión de los mismos caraqueños o quizás por simple superstición, que el entonces presidente, mediante un Decreto Presidencial, obligó a la familia del Ilustre Tomás Lander para que enterrara su cuerpo en el Panteón Nacional.

Por su parte el cuerpo del misterioso médico alemán, al igual que el de sus familiares y dos enfermeras que prestaron servicio para él se encuentran aún momificados entre las ruinas de un mausoleo ubicado allá arriba, en lo lo más alto de la imponente y majestuosa montaña.

De esa misma montaña de la cual aquel famoso español, Antonio Pacheco, en la víspera de la Navidad bajaba con sus burros cargados de flores y sueños, de cuentos y esperanzas y embriagados por un agradable frío, abrigado solo con colchas de retazos impregnadas de hermosas historias poco contadas de pueblos y ciudades de nuestro país, historias que solo permanecerán en la memoria colectiva mientras exista gente que las escriba, que las cuente y las cante.

Juan Quintana

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