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Jesucristo en bluyín y franela

Despedidas

Jueves, 18/4/2024 Recientemente tuvimos que experimentar el dolor de la partida de un ser querido. Las despedidas suelen dejar un sabor amargo, y más cuando son inesperadas, sorpresivas, como lo fue en este caso. La muerte, como lo señalaba hace algún tiempo en este espacio, representa en lo personal, una dura prueba desde lo humano, pues cuando visita tu hogar o se aproxima de repente, generalmente deja su estela de tristeza y dolor sembrada en cada uno de aquellos que la vemos cara a cara.


Para quienes creemos en Cristo y en su promesa de que hay algo más que este tránsito temporal, quizá la muerte no represente la catástrofe que para muchos representa. Sin embargo, hasta para quienes vemos la muerte como parte de la vida, la misma resulta dolorosa, sobre todo por los cuadros que se dibujan posterior a ella, o más bien, como consecuencia de ella.

Desde pequeños, por lo menos quienes hemos crecido del lado más occidental del planeta, se nos ha enseñado o presentado la idea de ver el fin de la existencia como derrota, cierre, clausura... Y en gran medida es así: es el cierre de un ciclo vital; no obstante, lo que más duele de ese cierre, es la despedida de aquellos con quienes hemos compartido este tránsito vital.


Morir no sólo representa dejar de vivir, sino que es la expresión de la impotencia ante todo el proceso posterior al deceso, que contempla además un seriado de procedimientos y trámites en el que se sumergen los familiares o amigos del fallecido, y que hacen posible el poder dar sepultura, o cremar, en todo caso, el cuerpo del afecto que parte de este plano terrenal.


Por otro lado, el fin de la vida está asociado a otra realidad que se pone de manifiesto en los llamados apegos. En ese sentido, es inevitable no sentir tristeza o aflicción ante la desaparición física de un ser querido. Somos seres gregarios, caminamos en grupo, estamos acostumbrados a convivir (o a mal convivir muchas veces), pero lo cierto es que necesitamos de la compañía, el roce, el contacto. Creo que eso es lo más doloroso de experimentar la muerte, tener que aceptar que ya no se tendrá cerca al ser amado; a la esposa o esposo, al padre o madre, al hermano, al amigo, o al conocido que en alguna oportunidad compartió un momento de su existencia con la tuya.


Sin embargo, hay que aceptar el fin de ciclo, por doloroso y traumático que sea. La vida continuará, pero sin negarse por supuesto a experimentar la emoción que acompaña la despedida: el dolor, la tristeza, el desasosiego. Hasta el mismo Jesucristo, en el pasaje que relata el momento que se entera de la muerte de su amigo Lázaro, aun sabiendo del poder que tenía y que puso de manifiesto cuando lo resucitó luego de que éste tenía días de fallecido, no dejó de vivenciar el dolor ante la muerte, y eso fue así simplemente porque la muerte es la evidencia, la pared que nos confronta con la realidad de nuestra humanidad finita. Lo doloroso de esos cierres, es que en algunas ocasiones resultan de la forma menos esperada.


Lic. Humberto Luque M. CNP 10.348

humbertoluquemendoza@gmail.com

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