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Cuando Guatopo ardía

Viernes, 16/5/2025


A comienzo de los años 60, cuando en Venezuela quedaban algunos resabios de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, dos años después de haber decretado la creación del Parque Nacional Guatopo el 28 de marzo de 1958, los tereseños fuimos adquiriendo la conciencia colectiva conservacionista hacia la montaña que fungía como un pulmón vegetal de la región central del país.


Luego de un largo proceso de desalojo a las personas que habitaban las faldas de la montaña y orillas de las quebradas, quienes utilizaban las fértiles tierras para sembrar verduras, hortalizas y frutales, la montaña se fue quedando sola. Comenzó a observarse un prolífero crecimiento de la flora y la fauna, el follaje de los árboles se hizo más frondoso, el verdor se hizo más intenso, la fauna aumentó su población y las cristalinas aguas de sus riachuelos aumentaron el cauce y su pureza.

Desde mucho antes, y para entonces, los tereseños disfrutábamos de las bondades de un clima fresco y agradable. Aunque a la nueva generación que hoy reside por estos lados se le haga difícil creer, hacía frío. Esta agradable temperatura predominaba en los meses de mayo, junio, julio y agosto; se acentuaba en los meses de septiembre, octubre y noviembre; dejando a diciembre, enero y parte de febrero, una temperatura fría comparada con la del "Pacheco" caraqueño. Era un regalo de Dios para el pueblo de la Santa.


Al llegar los últimos días de febrero, marzo y abril, las razones climatológicas de todo el país también afectaban a la población: era verano. Subía la temperatura, la alta vegetación de la montaña recibía el impacto de los rayos del sol y quedaba expuesta a ser devastada por los incendios que se provocaban, bien sea de forma natural o por el descuido de algunos pobladores que aún quedaban en el parque utilizando la quema como técnica empírica para preparar el terreno para la siembra.


Lo cierto es que comenzaba una etapa de incendios forestales intermitentes, que se convertían en dolorosos espectáculos para la naturaleza. Se quemaba nuestro pulmón natural. Podíamos observar en la lejanía que un luminoso cordón incandescente bordeaba la montaña y avanzaba de prisa, dejando una triste visual color ceniza carbonizada.


Para entonces todavía funcionaba en Santa Teresa del Tuy al igual que en otros pueblos de la subregión, el cuerpo de seguridad policial conocido como "los rurales". Eran los funcionarios encargados de, además de resguardar el orden público, reclutar a los jóvenes para prestar el servicio militar obligatorio, con miras de formar el nuevo ejército que se estaba creando en Venezuela. Pero también tenían la misión de buscar, o mejor dicho, reclutar a la fuerza a los "voluntarios" que tenían que apagar el cordón de fuego que se comía la montaña. Esta era una rutina sorpresiva sin hora definida para hacer este trabajo, ya que dependía del fortuito incendio.


Era muy frecuente ver los camiones repletos de "voluntarios" que pasaban por la calle principal, rumbo a la zona de Taguaza, provistos de improvisadas y rústicas herramientas para apagar el fuego. Por razones obvias, muchos pobladores optaban por esconderse de este reclutamiento, pero los afanados y habilidosos "rurales" no cesaban de buscar por los más apartados rincones de la población, incluyendo las esquinas emblemáticas de los botiquines, donde llenaban el camión. El fuego había que apagarlo, pero, con el esfuerzo de otros.


Rafael González

rafagonrg@gmail.com

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